La dulce adicción de una reina sentenciada a muerte
Cuentan las crónicas que el chocolate llegó a Francia en el año 1615 cuando Ana de Austria, infanta de España, llegó al país galo para convertirse en la esposa de Luis XIII. La reina consorte, fiel seguidora de la moda del desayuno a la española, introdujo el chocolate caliente en la corte de Versalles. Su sucesora, María Teresa de Austria, utilizó la exótica bebida como antidepresivo para su esposo el rey Luis XIV, aquejado de una acentuada melancolía. Pero será en el siglo XVIII cuando el chocolate se convierta en tendencia indispensable para amantes del lujo gracias a la veneración que le rendirá la nueva reina, una tierna adolescente llegada desde Viena, llamada María Antonieta.
Dicen que la última reina de Francia iniciaba su jornada ‘laboral’ tomando el desayuno en la cama: un pastelito o brioche recién hecho y una taza de chocolate caliente servido con una buena capa de crema fresca batida por encima al más puro estilo vienés. Esta exquisitez no estaba al alcance de cualquiera y, en el caso de María Antonieta, la bebida de los dioses alcanzaba cotas de lujo estratosféricas gracias a sus particulares exigencias en la preparación y servicio del preciado líquido alimento. Su majestad, además de disponer de su propio “Maître Chocolatier” que elaboraba recetas especiales para ella, llegó a crear el cargo de “Chocolatera de la Reina” asignado a una doncella que tendría como misión principal servir la codiciada ambrosía de los aztecas cada vez que se le ordenara.
El ingrediente mágico que convirtió a un farmacéutico en ministro
En la corte francesa, cada monarca tuvo sus preferencias con respecto al chocolate. Se dice que la receta favorita del rey Luis XV era relativamente sencilla: cacao aromatizado con vainilla, agua y yema de huevo para darle consistencia y cremosidad. Sin embargo, la reina María Antonieta tenía afición (y tiempo) suficiente como para promover la invención de nuevas recetas en las que se podían llegar a combinar ingredientes insólitos, carísimos y algunos casi imposibles de encontrar hoy en día. Así, encontramos textos en los que se mencionan desde el agua de azahar, las almendras dulces o la canela, hasta el polvo de bulbos de orquídea importados de Estambul o, el favorito de nuestra protagonista: el ámbar gris. Este último ingrediente, llamado comúnmente ambergris, también fue el componente principal en los perfumes elaborados exclusivamente para la reina. Se trata de una sustancia cerosa que se libera de los intestinos del cachalote y que el agua de mar se encarga de endurecer hasta convertirlo en una preciada piedra blanca o grisácea de la que se desprende un peculiar aroma dulce y terroso al que se le han atribuido desde la antigüedad propiedades medicinales y afrodisíacas.
Sin embargo, frente a todas estas sustancias extravagantes, surgió un ingrediente que hizo magia en el chocolate de la reina. Un ingrediente mucho más sencillo y corriente que a nadie se le había ocurrido utilizar antes: el azúcar. En junio de 1779, Sulpice Debauve, farmacéutico de Luis XVI, desarrolla una loca idea ante las constantes quejas de María Antonieta por el desagradable sabor de las medicinas que debía tomar: combinar los medicamentos con cacao y caña de azúcar, y darles forma de moneda (sí, parece ser que éste fue el origen de las monedas de chocolate). La reina quedó tan fascinada que, bajo su patrocinio, el farmacéutico es nombrado “ministro de chocolate” en 1780. Unos años más tarde, Debauve abriría su propia fábrica en París y sería nombrado proveedor exclusivo de chocolate para la familia real francesa.
El último deseo de la reina
La pasión de María Antonieta por el chocolate provocó que éste creciera en fama y variedad, hasta el punto de ser indispensable en todos los banquetes y en los tocadores de las damas más adineradas. Incluso fue la bebida imprescindible para uno de los máximos representantes de la Ilustración: Voltaire. El insigne pensador francés afirmaba consumir su chocolate cada día, entre las cinco de la mañana y las tres de la tarde.
Cuando estalló la Revolución y el rey fue destronado, la reina fue llevada a la prisión de la Conciergerie donde permaneció hasta su ejecución el 16 de octubre de 1793. Se le imputó, entre otros cargos, el de “despilfarro de los fondos de la nación” pero ello no fue impedimento para que el día de su ejecución expresara como último deseo poder desayunar su pedacito de pan y su taza de chocolate. Un rato más tarde, la guillotina golpearía su hermoso cuello, aunque la cabeza ya la había perdido mucho tiempo atrás… por el chocolate