Los beneficios que el consumo del cacao aporta a nuestro cerebro son una evidencia científica hoy en día. Quizá sea por eso que la ingesta de chocolate haya estado vinculada al desarrollo intelectual y cultural de la sociedad. Sin ir más lejos, la costumbre española de tomar un chocolate a la taza tiene su origen en paralelo con el auge de los establecimientos de reunión social que albergaron las históricas tertulias literarias de antaño. Los cafés de tertulia y las chocolaterías fueron precursoras de las redes sociales, pero con alta calidad de contenidos. Auténticos foros de cultura y política, en los que se debatían las cuestiones trascendentales para los ciudadanos y donde los grandes intelectuales de la época dejaron huella en la memoria de nuestra Historia… a golpe de churros con chocolate.
Literatura con aroma de cacao
A finales del siglo XVIII, el chocolate había dejado de ser alimento de los dioses para convertirse en bebida de culto de la burguesía. Es entonces, y hasta su gran apogeo a mediados del XIX, cuando comienzan a proliferar en las ciudades españolas las chocolaterías a partir de las antiguas posadas. Los cafés de tertulia como el emblemático Café Gijón (1888) comienzan a incorporar el aroma del cacao en sus espacios y personajes relevantes de la cultura modernista como Ramón del Valle-Inclán o el canario Benito Pérez Galdós, describen en sus obras el gusto por el chocolate y su protagonismo en la vida cotidiana de aquel momento.
A lo largo del siglo XIX el chocolate caliente o a la taza alcanzó la condición de símbolo nacional, marcado con trazos identitarios. A lo largo y ancho del territorio español se ofrecían distintas especialidades reposteras, creadas especialmente para acompañar a esta bebida gloriosa: los churros en Madrid, los buñuelos en Valencia, los bizcochos de Soletilla o melindros en Cataluña, los picatostes cantábricos y un largo y delicioso etcétera.
Las primeras chocolaterías
Las primeras chocolaterías se remontan a 1700 como la de Can Joan de S’Aigo en Palma de Mallorca o, un poco más tarde (1786) la tradicional Casa Cucharillas, en Barcelona (llamada así por haber sido de las primeras en usar cucharillas de metal en lugar de las cucharas de madera).
En Madrid, una de las chocolaterías pioneras fue Doña Mariquita, conocida también como El Sotanillo, famosa por sus chocolates con mojicones (unos bizcochos similares a las magdalenas, pero rellenos de alguna crema dulce que los convierte inevitablemente en los precursores de los actuales ‘muffins’).
Cuentan las crónicas que, en los comienzos del XIX, recorrieron España numerosos intelectuales extranjeros que testificaron su encuentro con el chocolate como bebida habitual de nuestro país. Uno de los primeros fue el médico, geólogo y vicario británico Joseph Townsend, quien menciona cómo en las ventas le ofrecían chocolate para desayunar:
“Una ventaja de las posadas de España, en compensación de sus numerosas dificultades, es que por muy malas que sean, siempre está uno seguro de hallar en ella un buen chocolate”.
Como curiosidad cabe decir que la editorial Turner publicó, a finales de los años 80 del siglo pasado, la versión en español del libro que Townsend escribió durante su periplo por nuestro país bajo el título Viaje por España en la época de Carlos III (1786-1787), en el que hace una entrañable descripción de los españoles de su época:
“Fueron muchas las veces que me vi obligado a admirar la ilimitada generosidad de sus habitantes. Si expresara todo lo que siento, al rememorar su bondad, parecería adulación; pero me atrevo a decir que la sencillez, la sinceridad, la generosidad, un elevado sentido de la dignidad, y unos firmes propósitos del honor son los rasgos más prominentes y apreciables del carácter español”.
Referentes literarios: Galdós y Valle-Inclán
Pero sin duda, si hablamos de referencias literarias y de chocolate, tenemos que hablar de Galdós y de Valle-Inclán de nuevo.
Maestro de la novela realista, el grancanario Benito Pérez Galdós, identificó como pocos, la idiosincrasia española de su época, utilizando lo cotidiano como hilo conductor para narrarla y como pincel para dibujarla. En aquellos tiempos, como ahora, la alimentación nos hablaba de la clase sociocultural y de la personalidad del ciudadano y, en ese sentido, Galdós supo introducir la comida como herramienta de descripción de manera exquisita. Así, por ejemplo, inmortalizó en su obra La Fontana de Oro a la emblemática fonda del mismo nombre que existió en Madrid desde finales del siglo XVIII. Un lugar de reunión convertido en café de tertulianos, que el escritor canario describe a la perfección (y donde por supuesto, queda patente la costumbre ‘chocolatera’ de la época):
“En la Fontana es preciso demarcar dos recintos, dos hemisferios: el correspondiente al café y el correspondiente a la política. En el primer recinto había unas cuantas mesas destinadas al servicio. Más al fondo, y formando un ángulo, estaba el local en que se celebraban las sesiones. Al principio, el orador se ponía en pie sobre una mesa, y hablaba; después, el dueño del café se vio en la necesidad de construir una tribuna… Por último, se determinó que las sesiones fueran secretas, y entonces se trasladó el club al piso principal. Los que abajo hacían el gasto, tomando café o chocolate, sentían en los momentos agitados de la polémica un estruendo espantoso en las regiones superiores…, temiendo que se les viniera encima el techo, con toda la mole patriótica que sustentaba…”.
Por otro lado, la Buñolería-churrería de San Ginés (abierta en 1894) es descrita bajo el nombre de “Buñolería Modernista” en la conocidísima obra de Valle-Inclán, Luces de Bohemia (1920). Esta famosa chocolatería (que a día de hoy sigue en pie), recibió el sobrenombre del El Maxim’s golfo por ser el único establecimiento abierto donde se podría tomar algo caliente y recién hecho, una vez habían cerrado todos los cafés de la Puerta del Sol. El tándem de comanda favorito, ya lo pueden adivinar: churros con chocolate, la bebida estrella hasta entrado el siglo XX donde se impuso el café.
Como colofón, una referencia literaria explícita del chocolate, escrita por el bohemio entre los bohemios:
¡Cacao! Afrodita jardín del puma y chocolate de Moctezuma.
El chocolate —parece cuento—
no lo inventaron en un convento.
Unos achacan a los Aztecas,
disputan si Chuchumecas.
Hay sus dos credos con sus dos papas,
¡Si fue en Tabasco! ¡Si fue en Chiapas!
Cacao en lengua del Anahuac,
es ‘pan de dioses’, o Cacahuac.
Y el hombre sabio sigue la broma,
cacao en lengua griega: Theobroma.
(Ramón María del Valle-Inclán)