El chocolate en la Edad Moderna y su controversia religiosa
El chocolate llegó a Europa en el siglo XVI, introducido por los conquistadores españoles que importaron el cacao del Nuevo Mundo hasta España, pasando al resto del viejo continente a través de la corte real francesa. Por aquel entonces, la bebida del cacao, llamada xocoatl, era un brebaje exótico, espeso, picante y bastante amargo, que se usaba como tónico, aunque muy pronto comenzó a propagarse su leyenda como poderoso afrodisíaco. Tal reputación databa de la conquista del Imperio mexica por los españoles.
Por lo visto, contaban las crónicas de la época que el rey Moctezuma, último emperador azteca, en honor a las mujeres de su harén, bebía 50 tazas por día, añadiendo muchas especias en su preparación como pimienta o vainilla. Se estima que tenía alrededor de 200 esposas y concubinas, lo que era común entre los gobernantes aztecas para consolidar alianzas políticas y asegurar la descendencia real. Tal fue la difusión del mito sobre “la bebida de los dioses” que, en la sociedad francesa de aquel momento, invitar a una dama a beber una taza de chocolate caliente después de cenar no dejaba ninguna duda acerca de las intenciones del caballero anfitrión.
Según narran las fuentes, el rey Luis XIV aborrecía el chocolate, a diferencia de su esposa María Teresa cuyo excesivo hábito provocó que el desayuno a la española se extendiera desde Versalles al resto de las cortes europeas, escandalizando a la opinión pública por sus supuestas virtudes afrodisíacas.
A través de las memorias de Ana María Luisa de Orléans, duquesa de Montpensier, ha llegado hasta nuestros días el testimonio de la adicción de la reina española por el chocolate caliente. Se dice que tomaba más de 10 tazas al día, teniendo que “esconderse del Rey y no querer que él lo supiera”.
Al chocolate se le atribuían tantos vicios como beneficios. Se tomaba para “fortalecer la constitución”, para proporcionar más nutrición al cuerpo o incluso, como afirmaba el cardenal Richelieu, para tratar los “vapores del bazo”. Y, por el contrario, muchos parecían preocupados por los efectos potencialmente nocivos para la salud de esta bebida sospechosamente oscura.
Gracias a otra escritora de la época, María de Rabutin-Chantal, marquesa de Sévigné, ha trascendido una curiosa anécdota que le cuenta en una carta a su hija, Francisca Margarita, condesa de Grignan. Según estos escritos personales, la marquesa de Coëtlogon habría “tomado tanto chocolate que dio a luz a un niño negro como el diablo, que murió”. Parece ser que, la escritora de cartas había sido desde niña una firme defensora del chocolate hasta que un empacho la hizo cambiar de opinión. Un incidente por el que pasó de ser la gran defensora del chocolate, a considerarlo como el causante de casi todos los males de la humanidad. Una teoría que se vio fuertemente confirmada cuando su gran amiga, la marquesa de Coëtlogon, se quedó embarazada y, a pesar de las recomendaciones de madame de Sévigné para que dejara de consumir aquella bebida del demonio, siguió ingiriendo sus tazas de chocolate caliente. El resultado lo cuenta la propia Marquesa de Sevigné unos cuantos meses después en sus cartas:
“… por su soberana inconsciencia y por hacer caso omiso a mis buenos consejos, tomó tanto chocolate cuando estaba encinta, que dio a luz a un niño negro”. Era la prueba irrefutable de que aquel oscuro y amargo brebaje traído del Nuevo Mundo, no era más que un producto del diablo, por más que en la corte se murmurara que, precisamente el año anterior a ese nacimiento, a la Marquesa de Coëtlogon le llevara el chocolate un joven esclavo africano… de lo más cariñoso.
Un médico vienés llamado Joan Rauch estaba tan preocupado por esto que, en 1624, publicó un tratado sobre los efectos nocivos del chocolate, en el que acusaba a la bebida de ser responsable de la moral disoluta de los numerosos conventos austríacos donde las monjas con demasiada frecuencia quedaban embarazadas. Por lo que instaba a que los monjes y las monjas se abstuvieran de tomar esta bebida para evitar escándalos. El asunto causó tal revuelo, que el tratado fue traducido a varios idiomas y se llegó a solicitar al Papa que “excomulgara” la bebida infernal.
Así fue como, a partir del siglo XVI se produjo una extraña batalla teológica, en la que una parte de la Iglesia condenaba esta bebida viciosa que empezaba a conquistar las cortes de sus reyes más cristianos y católicos, mientras la otra parte alababa sus beneficios, convirtiéndola incluso en una excelente bebida para soportar las penurias del ayuno cuaresmal.
Finalmente, en 1666, el Papa Alejandro VII se pronunció a favor del chocolate, con una fórmula difícilmente más casuística: “los líquidos no rompen el ayuno”. Y de la noche a la mañana, el chocolate se convirtió en la bebida católica por excelencia –los protestantes reaccionaron prefiriendo el café– e inmediatamente conquistó las cortes de Lisboa, Viena y Versalles.
Afortunadamente hoy en día, el chocolate no entiende de credos ni religiones, aunque no probar nuestros chocolates Lava se podría considerar un pecado mortal. Estás a tiempo de salvar tu alma… www.chocolatedecanarias.es