Uno de los símbolos universales de la ciudad de Viena es su famosa tarta Sacher, un exquisito postre que, aunque sorprende por su aparente sencillez (bizcocho relleno de mermelada de albaricoque y cubierto por un glaseado de chocolate), ha ostentado el título de favorito de los más exigentes paladares, incluidos la familia real vienesa, la casa de los Habsburgo o la propia emperatriz Sisi. El origen de su creación se remonta a hace ya más de dos siglos cuando surgió un contratiempo durante los preparativos de una importante cena ofrecida por un ministro del Imperio austriaco que, por caprichos del destino, se convirtió en la oportunidad de oro para un jovencísimo aprendiz de pastelero llamado Franz Sacher. Te contamos su inspiradora historia.
“No me avergüences esta noche”
En el año 1832, el renombrado príncipe Klemens Wenzel von Metternich, destacado estadista y ministro de relaciones exteriores del Imperio austriaco en la primera mitad del siglo XIX, se encontraba organizando una cena importante de carácter diplomático. Todo estaba listo para el banquete, sin embargo, surgió un imprevisto de último momento. El chef pastelero encargado de preparar el postre se enfermó repentinamente a pocas horas del evento. ¿Cómo resolvería ahora Metternich la situación y con qué delicioso postre iba a rematar la velada sorprendiendo a sus distinguidos invitados? La Providencia quiso que por allí anduviera un joven de 16 años, aprendiz de pastelero, llamado Franz Sacher, que tuvo el valor suficiente para asumir aquella noche la responsabilidad en las cocinas e improvisar un postre que contentara al canciller y a sus invitados.
La consigna del ministro fue tajante y pasó a la historia: “No me avergüences esta noche”. Posiblemente al joven Sacher le temblarían las piernas… pero no el pulso, así que se puso manos a la obra y, a pesar de su juventud, tuvo la intuición suficiente como para resolver la papeleta aunando tres factores imprescindibles para lograr el acierto en poco tiempo: apostar por lo sencillo, por la calidad y por un toque creativo de contraste. Así nació una de las tartas más famosas del planeta: un suave y tierno bizcocho, relleno de una fina capa de mermelada de albaricoque que le aporta un punto de acidez y textura melosa, cubierto de una gruesa capa de glaseado de un buen chocolate, y para acompañar: un poco de crema chantilly (nata batida, azucarada y perfumada con esencia de vainilla). El resultado fue un éxito y todos quedaron prendados con lo que bautizaron desde aquel momento como la Sachertorte.
El imperio Sacher
El joven pastelero, recorrió varias cocinas al terminar sus prácticas entre los fogones de la casa del príncipe, hasta que finalmente, consiguió abrir su propia tienda de delicatessen. Su legado tuvo continuidad gracias a sus hijos, Carl y Eduard. Por lo visto, este último perfeccionó la tarta de su padre y, tras obtener recurrentes éxitos en diferentes restaurantes de prestigio, abrió en 1876 el Hotel Sacher, un hotel de lujo al más puro estilo de la imperante Belle Èpoque europea. La Sachertorte de chocolate, se convirtió rápidamente en la seña de identidad de la casa. El hotel resistió el paso del tiempo a pesar de las adversidades. Tras el fallecimiento de Eduard Sacher, su esposa Anna se hizo cargo de la administración. Luego, el establecimiento pasó por distintas manos familiares y aunque, durante los tiempos de guerra, fue tomado primero por los rusos y luego por los británicos, años después se logró recuperar, renovar y devolverle el esplendor y la distinción que merecía.
En la actualidad, el Café Sacher, ubicado en los bajos del Hotel, es un lugar muy concurrido donde siempre hay largas filas de personas esperando para degustar el famoso bocado vienés. Algo que debería poder disfrutar todo el mundo al menos una vez en la vida: visitar Viena y sus maravillosos cafés históricos, reconocidos como Patrimonio Mundial Inmaterial por la UNESCO, y degustar una de las tartas más emblemáticas del mundo.
La receta original continúa siendo un secreto y se dice que la clave de su sabor está en los ingredientes de la cobertura de chocolate, que podría elaborarse con tres tipos de chocolate diferentes provenientes de Alemania y Bélgica. Nosotros te proponemos una variante muy digna y a la altura de la calidad que este histórico postre merece: la Sachertorte con nuestro Chocolate de Canarias. Éxito asegurado.
Receta de la Tarta Sacher
Ingredientes (8 personas):
- 175 g de azúcar
- 175 g de mantequilla
- 7 huevos
- 175 g de chocolate amargo (ya sabes… de Lava, mejor que mejor).
- 50 g de almendras molidas
- 100 g de harina
- Mermelada de albaricoque
- Para la cobertura:
- 150 g de chocolate de cobertura
- 2 cucharadas de mantequilla
- 4 cucharadas de nata líquida
- Mantequilla y harina para el molde
- Para decorar:
- Nata montada o Chantilly
Elaboración:
En un bol, y con una batidora eléctrica de varillas, bate la mantequilla con el azúcar. Incorpora una a una las yemas de los huevos sin dejar de batir. Funde el chocolate, déjalo templar e incorpóralo. Mezcla la harina con las almendras y agrégalas a la crema anterior con movimientos envolventes. Utiliza una varilla manual. Incorpora las claras a punto de nieve suavemente.
Unta un molde (de base desmontable) con mantequilla y espolvoréalo con harina. Vierte la mezcla y hornea a 175ºC durante 10 minutos. Baja la temperatura a 165ºC y hornea durante 30 minutos más. Deja templar y desmolda.
A continuación, corta la tarta en dos capas y extiende la mermelada de albaricoque en la inferior. Tápala con la otra capa de bizcocho. Funde el chocolate, agrega la mantequilla, disuélvela y agrega nata líquida. Cubre la tarta Sacher y decórala con un poco de nata montada o Chantilly.
Antes de servir, introdúcela en el frigorífico para que el chocolate se endurezca. Un ratito en la nevera bastará para que puedas degustar esta maravilla imperial.