Barquillos: de receta sagrada a envoltura perfecta

Barquillos: de receta sagrada a envoltura perfecta

Barquilleros (Wikimedia Commons)

Según reza un antiguo dicho tuitero, no puedes gustarle a todo el mundo salvo que seas la puntita rellena de chocolate de un cono de helado. Este aforismo internáutico confirma el acierto indiscutible de ensamblar dos elementos sacros en un mismo producto para obtener, como no podía ser de otra manera, una degustación que roza la experiencia religiosa. El barquillo, elaborado con crujientes obleas cuya receta se origina en los monasterios medievales, se convirtió en la envoltura perfecta para el dulce del cacao, considerado por sus primeros cultivadores como el alimento de los dioses. La combinación resultante, tenía que ser divina por definición. Pero, esta magistral combinación ¿fue una idea brillante o surgió de manera providencial? Te invitamos a indagar en la historia del encuentro entre el cucurucho y el chocolate que no es otra que la del ingenio humano “sacándole punta” a los imprevistos y convirtiendo un problema en un éxito rotundo.

Las obleas de la suerte

Los barquillos tradicionales tienen la capacidad de transportarnos a otra época con tal solo sentir su delicado aroma. En realidad, se trata de obleas, unas finas hojas de pasta elaboradas a base de harina, azúcar y manteca. Detrás de ese exquisito sabor y textura crujiente hay un proceso de elaboración artesano que tiene una larga tradición. Los primeros documentos de los que se tienen registros acerca de su elaboración se remontan a los siglos XI y XII. La antigua receta de los monasterios del medievo de uso sacramental llegó hasta panaderos y reposteros y alcanzó su máxima popularidad con la llegada de los especialistas barquilleros.

Imagen antigua de un barquillero madrileño (Pinterest).

En la España de finales del siglo XIX y principios del XX, la venta de barquillos se convirtió en una tradición que sostenía a familias enteras. Los barquilleros, con su bombo al hombro y cesta de mimbre en mano, recorrían las bulliciosas calles de las principales ciudades (en Madrid son toda una institución) en busca de clientes. En ferias, mercados y fiestas, ofrecían sus deliciosos barquillos a los transeúntes curiosos que podían probar suerte y llevarse algún que otro premio. Y es que, la gran lata cilíndrica roja —denominada barquillera— contaba con una ruleta en su parte superior. Girar la rueda podía significar llevarse un barquillo gratis o pagar por todos. Un juego de azar que mantenía en vilo a los participantes, con el riesgo de perderlo todo si la suerte no estaba de su lado. La ruleta de la suerte no es lo único que ha trascendido hasta nuestros días. También son todo un primor los reclamos con los que estos barquilleros llamaban la atención de los viandantes:

¡Barquillos de canela y miel, que son ricos para la piel; mira a ver, Maribel, ¡que no te gastas ni un clavel!

¡Al que no se come un barquillo no le sale brillo, cuidado, que te pillo!

¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena, son de coco y valen poco, son de menta y alimentan, de vainilla ¡qué maravilla!, y de limón qué ricos, qué ricos, ¡qué ricos que son!

La leyenda del cucurucho

Cartel de la Exposición Universal de San Louis (EEUU) de 1904.

El cono de helado, también conocido como cucurucho, tradicionalmente se ha elaborado con pasta de barquillo, pero su origen parece ser debido a avatares del destino. Al menos es lo que se deduce de la leyenda más extendida sobre su creación. Cuentan las crónicas que sucedió en San Louis (EEUU) en 1904, cuando se celebraba en la ciudad norteamericana la Exposición Universal. Entre los diferentes puestos de comidas tradicionales de todo el mundo, se encontraban dos artesanos ubicados cada uno en su correspondiente espacio, pero colindantes el uno del otro.

En uno de los puestos estaba el heladero francés Arnold Fornachou y en el otro, el panadero y repostero sirio Ernest Hamwi. Este último vendía un dulce típico de la cocina oriental llamado zalabia, elaborado a base de harina, miel y cardamomo que se freía en aceite en forma de espiral (algo bastante similar a nuestros churros). Por lo visto, en un momento dado, su vecino francés, se quedó sin cuencos para vender su helado y se les ocurrió enrollar una zalabia para servir las bolas de helado en su interior. La alianza de estos dos emprendedores no solo funcionó, sino que fue un éxito y el inicio de lo que más tarde se convertiría en el cucurucho de toda la vida.

Una solución demasiado buena

Ilustración de cucurucho (Fuente: La Gulateca).

Con el tiempo, la receta del cucurucho se fue perfeccionando y se encontró en la pasta de barquillo la envoltura perfecta para los helados. Sin embargo, había que asegurarse de que se mantuviera crujiente. Al derretirse, el helado reblandece el barquillo y la punta del cono acaba goteando. Introducir en la punta del cucurucho un pequeño bloque de chocolate solidificado impedía que el helado se cayera por la base y ayudaba a mantener el barquillo crujiente. Los fabricantes de estos helados jamás imaginaron el éxito que su idea alcanzaría. Fue tanto que, una de las empresas heladeras más importantes de Italia, empezó a vender las puntas rellenas de chocolate por separado, bajo el lema: “por fin puedes comprar solo la mejor parte del helado”.

Los pequeños conos de barquillo rellenos de chocolate poseen una de las combinaciones más perfectas que existen en el mundo de la repostería. En Lava, damos fe del éxito de esta absoluta delicia porque, de hecho, nuestros barquillos rellenos son uno de los productos estrella de nuestro catálogo. Pero no nos creas, entra en nuestra tienda y elige entre los diferentes sabores (chocolate negro, con leche, blanco, con grajeas de colores o al caramelo). Con cualquiera de ellos, llegarás al cielo.

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