Inauguramos una nueva sección en nuestra página web, dedicada a contarte historias del apasionante mundo del chocolate. Historia, curiosidades, leyendas, cine, literatura, recetas y algún que otro misterio en torno a los orígenes del ‘alimento de los dioses’. Cada mes te iremos desvelando las mejores historias nacidas en torno a la cultura de este superalimento, imprescindible ya, por muchas razones, en nuestra lista de la compra.
Comenzamos nuestro nuevo blog con un personaje legendario en la industria del chocolate: Milton Hershey, un empresario filántropo que consiguió que sus barras de chocolate se convirtieran en un alimento indispensable en la dieta de los soldados estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. En apenas dos minutos de lectura, vas a conocer la historia de uno de los chocolateros más inspiradores de la Historia que, por cierto, estuvo a punto de embarcar en el Titanic en 1912. Se salvó de la tragedia por los pelos. Apenas unos minutos antes de zarpar, decidió posponer su viaje. Unos cuentan que fue para atender un imprevisto en su empresa y otros que fue porque su mujer enfermó repentinamente, pero el caso es que se salvó de milagro.
Chocolates Hershey’s: una historia de perseverancia y valores humanos
La famosa compañía Hershey es uno de los nombres más importantes en la historia del chocolate y uno de los fabricantes más grandes y triunfantes del planeta hoy en día (cerca de 8 mil millones de dólares en ventas en 2019, por ejemplo… no está mal). Pero no todo fue un camino de rosas y hay que desatacar que el magnate, nacido en Pensilvania en 1857, fracasó unas cuantas veces hasta dar con la receta del éxito.
Cuentan las crónicas que el padre de Milton, Henry, era ‘coleccionista’ de fracasos. El pobre hombre se pasó la existencia tratando de dar el golpe empresarial de su vida, pero lo único que conseguía era darse cabezazos contra la pared. Desde pozos de petróleo hasta equipos agrícolas, pasando por venta de chatarra o pastillas para la tos, el patriarca de los Hershey no daba pie con bola. Cuentan que en cierta ocasión llenó un sótano con tomates enlatados, con la intención de venderlos, pero se fermentaron y explotaron. Estás desventuras en busca de inversiones y negocios imposibles, marcó la infancia y la adolescencia de Milton, hasta el punto que decidió persistir hasta lograr lo que su padre nunca consiguió.
En 1872, a la edad de 14 años, Milton aceptó un trabajo en la heladería Royer’s en Lancaster, Pennsylvania. Después de un corto período de tiempo, convenció al dueño para que lo trasladara de la sección de helados a la de los dulces del negocio. Una vez aprendió los secretos de la confitería, se fue a Filadelfia donde fundó su primera empresa de caramelos: Spring Garden Confectionary Works. Tenía 19 añitos.
A nuestro protagonista le encantaba experimentar con recetas de caramelos y esta predisposición le llevó a descubrir la manera de fabricar un caramelo masticable de suave textura que resultó ser un gran éxito. Las cosas le fueron bien durante un tiempo, pero el crecimiento imparable de la competencia emergente, hizo que la confitería Spring Garden se viniera abajo cuando su dueño cumplía 24 años.
Lejos de rendirse, se fue a Colorado y rescató a su padre que andaba en otra de sus quiebras y se lo llevó a Chicago donde abrieron juntos (esto sí es dar un salto de fe) una tienda de dulces que fracasó a los pocos meses. Milton dejó a su padre en Lancaster con su familia (seguramente ya a esas alturas se habría percatado de la condición de gafe de su progenitor) y emprendió el vuelo hacia Nueva York. Allí fracasó de nuevo y volvió a Lancaster con el cenizo de su padre, sin un céntimo y con la familia entera cerrada en banda y negándose a prestarle un dólar más. Sin embargo, nuestro Milton, lejos de rendirse, se las apañó para abrir su enésima tienda de caramelos. Esta vez cantó bingo. Pero eso sí, se pasó horas y horas entre sus calderas, experimentando con los caramelos, hasta lograr el punto de masticación perfecto añadiendo jarabe de maíz o mezclado sabores, incorporando nueces o glaseado de azúcar. Al fin su negocio prosperó y se convirtió en un respetado hombre de negocios que proporcionaba empleo a cientos de personas.
Fue en la Feria de Chicago, en 1893, cuando Milton visitó la extensa exposición de chocolate de una compañía alemana equipada con una pequeña fábrica que transformaba granos de cacao en barras de chocolate…y se hizo la luz. Hershey encontró una causa noble por la que luchar y es que, en aquel entonces, el chocolate era un lujo inasequible para el ciudadano norteamericano promedio. Algo en su interior le hizo ver que los caramelos podrían ser una moda pasajera pero que el futuro estaba en el chocolate. Así que, ni corto ni perezoso, se las arregló para comprarle a aquellos sorprendidos alemanes la exposición entera, la fábrica y hasta los calcetines que llevaban puestos. El pequeño pueblo de Derry Church, donde abrió su primera fábrica de chocolate en 1894, fue renombrado en su honor y desde entonces se conoce como Hershey, Pennsylvania.
Milton nunca más se preocupó por quedar en la bancarrota. Él y su mujer (que nunca tuvieron hijos) se volcaron en una labor filantrópica que culminó en la fundación de una famosa escuela para niños huérfanos, que hoy en día es una de las escuelas más ricas del mundo gracias a la donación del matrimonio Hershey. Además, se ocuparon del bienestar de la comunidad con la financiación de museos, jardines y legando parte de su fortuna para la fundación de organizaciones filantrópicas, escuelas y hospitales.
El magnate del cacao murió en 1945 a la edad de 86 años, idolatrado por los ciudadanos de la ciudad que lleva su nombre y venerado por legiones de amantes del chocolate en todo el mundo. Según el escritor Lawrence W. Reed (experto en economía): “Él era para el chocolate lo que Henry Ford fue para los automóviles y Steve Jobs para las computadoras: Revolucionó un lujo para unos pocos en un regalo para las masas”.
Milton fue un gran empresario que aseguraba no haber seguido las políticas de los que ya estaban en el negocio (“Si lo hubiera hecho, -dijo- nunca lo habría intentado. En cambio, empecé con la determinación de hacer una mejor barra de chocolate que cualquiera de mis competidores, y así lo hice”); fue un gran ‘chocolatero’ que apostó por la calidad de sus productos porque estaba convencido de que, “si ponía en el mercado un chocolate mejor que cualquiera de los demás y que mantuviera una calidad absolutamente uniforme, llegaría el momento en que el público lo apreciaría y lo compraría”; pero, sobre todo, Milton Hershey fue una gran persona que dejó un legado de incalculable valor: sus principios y sus convicciones como ser humano afirmando cosas tan revolucionarias como “El negocio es una cuestión de servicio humano” o “¿De qué sirve el dinero si no lo usas para el beneficio de la comunidad y de la humanidad en general?
Mientras que otros filántropos regalan propiedades parciales o completas después de su fallecimiento, Hershey repartió la mayor parte de su riqueza mientras vivía. Transfirió la totalidad de las acciones de su empresa en 1918 a la escuela y lo hizo sin que nadie lo supiera hasta muchos años después. Nunca utilizó la caridad para publicitarse: “Quería alejarme de la idea de las instituciones, la caridad y la compulsión, y dar a la mayor cantidad posible de niños un hogar real, comodidades reales, educación y capacitación, para que fueran ciudadanos útiles y felices. Tienen las mejores oportunidades para la formación del carácter y la educación. Tal vez no tengan la oportunidad de ganar tanto dinero como algunas personas, pero tendrán una vida más feliz. Creo que, si solo hubiéramos podido ayudar a solo cien niños, también habría valido la pena hacerlo. Que la vida de un niño cambie, ya es una recompensa”, dijo. Sin duda, su padre (el pobre Henry) estaría muy orgulloso de él.